miércoles, 10 de abril de 2024

´Días perfectos´ de Win Wenders

  

 Hay varios motivos por los que me apetece hablar sobre  esta película, la última de Wim Wenders, el más importante de los cuales es que me cuesta asimilarla, aunque me ha gustado bastante, y creo que escribir sobre ella puede ayudarme en ese sentido. Además, la historia que cuenta ha generado en mí una inquietud que me obliga a pensar en el País del Sol Naciente actual de un modo diferente a como lo he hecho hasta ahora.

 En principio, me parece que la historia de Hirayama, un honrado trabajador del servicio de limpieza de Tokio que ocupa buena parte de su tiempo libre leyendo novelas, es banal y sin embargo tiene algo de heróica, y por tanto de tragedia, pero no es en absoluto banal ni tampoco trágica...

 La solitaria rutina diaria en la que consiste su existencia, que Wim Wenders filma con la atención meticulosa de un documentalista o un meditador zen, no está exenta de extrañas tensiones y alguna que otra sorpresa indefinible, debido principalmente al estatus de invisibilidad que socialmente lo envuelve y acompaña vaya a donde vaya, como suele ocurrir con la gente que realiza estos trabajos imprescindibles de higiene pública. Como limpia-retretes Hirayama está más que lejos del reconocimiento y la estima de sus conciudadanos; de nada le sirve al respecto la profesionalidad irreprochable y la puntual excelencia con las que acomete las pequeñas tareas ingratas que le corresponden. La autonomía que le da su trabajo le permite vivir modestamente, en efecto, pero con dignidad; y sin embargo para muchos de ellos, incluyendo su propia familia, es un perdedor, una especie de apestado indeseable que debe habitar en un mundo aparte, como un fantasma, al margen de la Historia y de la comunicación más básica. Por lo que de ellos vive apartado, sobrellevando con aplomo, silenciosamente, sin estridencias, todo el desgarro interior que se supone cabe esperar de una situación semejante.

 A diferencia de lo que ocurre en otras películas con las que puede emparentarse ésta, como "El hombre del carrito" de 1958, de Hiroshi Inagaki, o la de Cantinflas "Soy barrendero", de 1981, en <Perfect Days> su protagonista no parece dudar ni hacerse ilusiones redentoras sobre su lugar dentro de la realidad. Da la impresión de aceptarla tal cual, con humildad o resignada indiferencia, y de no querer ni necesitar buscar nada más allá de ella.

 La marginación a la que le conduce su medio de vida viene remarcada por su afición a las novelas y la música en formato cassette, objetos de entretenimiento que entran en la categoría de obsoletos, tesoros irrecuperables y/o fetiches, no por su contenido sino por sus características externas, convertidos en deshechos en virtud de las últimas tendencias tecnológicas y los nuevos hábitos universales de consumo; restos de una época en fuga casi olvidados por la mayoría cuyo valor aumenta paradójicamente en la medida en que  abandonan el mercado, disminuyen los consumidores y su valor de uso.
 Seguro que no es casual, sino más bien irónico, que uno de los cassettes que más juego dan al director del film sea el álbum ya clásico de Lou Reed que contiene la canción que da título a la película, el <Transformer> de 1972, en el que el bizarro compositor presenta su particular visión del universo de putas, camellos, yonkis, travestis, proxenetas, etc., que eran en aquel momento los seres humanos más marginados imaginables, situados en las afueras de la sociedad o en el escalafón más bajo, con los que en gran medida se identifica y de cuyas historias se erige en provocativo portavoz orgulloso.
"Las palmeras salvajes" de W. Faulkner; "Once" de Patricia Highsmith; "Árbol" de Aya Kóda; supongo que la lectura de estas novelas por parte del protagonista también tienen su trasunto e implicaciones especiales dentro de la historia, pero sólo es un suponer para mí, puesto que yo no las he leído.
 Sean las que sean, tengan trasunto o no en la historia, la condición marginal de Hirayama viene remarcada no sólo por el apego a estos restos de tecnología vintage y su indiferencia frente a las novedades, sino también por su costumbre de visitar regularmente los baños públicos; por la sugerente amistad analógica que entabla con la empleada de una típica taberna del antiguo barrio rojo, en la que parece haber indicios de un posible romance a la antigua usanza; y también por su búsqueda, como fotógrafo ocasional, de sensaciones poéticas sutiles como las que se describen con el término intraducible "komorebi": contemplando los efectos de la luz a través de las hojas de un árbol cuando son movidas por la brisa o el viento.

 Desde luego, llama la atención el contraste entre un superviviente como Hirayama y la  imagen estelar de líder tecnológico, a la vanguardia del mundo futuro, con la que suele asociarse al país del Sol Naciente. Pero no nos engañemos, es más que probable que ambos representen dos caras complementarias de la misma moneda, de la misma tendencia de los tiempos que corren. Porque es evidente que la generación de ingentes cantidades de deshechos, materiales y humanos, es el reverso de la actividad económica más productiva, así como la necesidad correlativa de deshacerse de ellos a discreción, de invisibilizarlos como si no existieran.


 En la secuencia del cementerio de aviones del desierto de Mojave, una de las más memorables  del documental <The Pervert´s Guide to Ideology> dirigido por Sophie Fiennes en 2012, S. Zizek comenta, siguiendo a W. Benjamin: "sólo cuando observamos este desperdicio de cultura abandonada,  medio retomada por la naturaleza, intuimos lo que significa la Historia".  Por lo ya comentado, y haciendo un paralelismo entre aquél cementerio y el espacio, real y simbólico, que habita Hirayama, podríamos afirmar que para él esta intuición no sólo no le es extraña, sino que forma parte intrínseca de su ser, que convive con ella y es su misma sustancia. En tanto que fantasma social y deshecho humano, no puede dejar de intuir lo que es la Historia y lo que hay más allá de Ella; por lo que vive su presente inmediato del modo más provechoso a su alcance: en la mayor armonía posible con lo que le rodea, trabajando con seriedad, disfrutando tranquilamente de su tiempo libre, en efecto, ayudando a quien lo necesita cuando puede, regando sin falta sus plantas a diario, etc. Como quiera que sea, a Hirayama no le conduce a la tragedia la visión trágica del mundo y de la humanidad que su situación existencial probablemente conlleva, sino a una especie de vitalismo sereno de tipo estoico. A este respecto es reveladora la escena del bar del barrio rojo en la que su amiga interpreta casi en exclusiva para él, umplugged y mirándole a los ojos, la canción más conocida de The Animals, <La Casa del Sol Naciente>, que por otro lado, en ese preciso contexto íntimo, me da a mí que se llena de alusiones confidenciales de un Japón ancestral, espiritual o mítico, o simplemente anímico, sólo recordado por ellos. Y también la siguiente, la escena del encuentro con el ex-marido de su amiga, en la que Hirayama, después de que éste le cuente el drama de su cáncer incurable, le propone distraerse jugando con sus sombras... Pero sin parangón, la escena que mejor revela el estado interior de Hirayama es la última, esos magistrales primeros planos de él conduciendo mientras escucha "Feeling Good" de Nina Simone:

                                  Fish in the sea / you know how i feel
                                Rriver running free / you know how i feel   
                                Blossom on the tree / you know how i feel
                                 It´s a new dawn / it´s a new day
                                 It´s a new life for me / and i feeling good

                    Dragonfly out in the sun, you know what i mean / don´t you know?
                         Butterflies all havin´fun, you know what i mean

                        Sleep in peace when days is done, that´s what i mean
                    And this old world is a new world / and a bold world for me...
 

Vivir dignamente, con conciencia del paso del tiempo y de modo coherente, manteniendo buenas relaciones con la realidad circundante más dolorosa, en paz con el mundo, es sin dudar un ejercicio de equilibrismo mucho más duro, difícil y meritorio que sólo sobrevivir dejándose arrastrar por las circunstancias, o rebelándose absurdamente frente a ellas.  ¿O no?... En cualquier caso considero que en esa elección cobra todo su sentido la libertad de su protagonista; que en esa apuesta reside su singular heroismo. Y también considero que hacer de ese heroismo un espejo humanista. como hace Wim Wenders, un espejo limpio y desprejuiciado, comprensivo, compasivo y liberador, más Yasujirō Ozu que nunca, es lo que convierte la película en una experiencia realmente valiosa, conmovedora, admirable.